Siempre me he sentido fuera de lugar. Desde bien chico. Recuerdo aquellos felices años, en los que todo eran risas a mi alrededor, juegos, tizas de colores, pintura de dedos,...Recuerdo que desde mi más tierna infancia me sentí fuera de lugar. Encontraba absurdo hacer un lapicero con garbanzos. Me repugnaba concentrar todas mis energías en marcar un gol. Odiaba tener que pedir perdón a mi compañero cuando en realidad se había ganado a pulso esa colleja. Desde que tengo uso de razón he visto este mundo como algo plástico, totalmente artificial, dominado por una demencial e inexistente lógica.
¿Pero sabes qué, pequeña mía? A medida que el paso del tiempo va dejando su paso grabado a fuego en mí, comienzo a echar de menos mi tierna infancia. Aunque tarde, he llegado a ver que esa risa sin motivo no era más que plena felicidad, pura espontaneidad...que las discusiones se arreglaban con un simple caramelo, que...que la cruda realidad no había hecho mella en nuestra tierna y dulce naturaleza.
Crecer duele